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lunes, 5 de noviembre de 2012

Purga, crítica a la obra de Sofi Oksanen


Una obra espeluznante sobre unas mujeres que sufren

La música chirriante y los efectos luminosos de una penumbra inquietante, con sombras femeninas danzantes cubiertas con sacos, nos colocan rápidamente en una obra que empieza desconcertando, como si fuese de espíritus.

Una gran bombilla de luz mortecina se balancea sobre las mujeres, vigiladas por figuras masculinas en las sombras. Estamos en una sala de torturas.

La limpieza de las culpas es el motivo central de la obra, y las mujeres como víctimas; los hombres como agresores y la Rusia comunista como crisol de sufrimientos. Pero no de manera tan simple, porque aunque en ningún momento de la obra se exculpa al régimen soviético opresor de Estonia, sí se matiza sobre las maldades de mujeres y hombres. Ellas como anhelantes de amor y estabilidad y ellos deseosos de sexo y poder. Pero todos con enormes deseos de sobrevivir en unas circunstancias de falta de libertad.

La brutalidad exhibida por las figuras masculinas de los proxenetas y clientes hampones contrasta con la inocencia y fidelidad del fiel esposo Hans, que llega a psicotizarse de amor por Ingel, su mujer, que ha sido internada en un campo de rehabilitación de desafectos a los soviets, delatada por su propia hermana, Aliide.

El desconocimiento de Hans de que su cuñada Aliide ha sido la delatora de su esposa e hija, e incluso partícipe de torturas de la propia niña de 10 años, lo sitúa fuera de toda realidad, lo que le lleva a enloquecer por no ser capaz de entender, además de vivir escondido en un sótano durante años.

Aliide se casa entonces con un comisario político de su pueblo, Martin, un ambiguo personaje del que Aliide se hace la ilusión de que no participa en las torturas de los soviéticos a sus paisanos. Ella está enamorada de Hans, al que intenta seducir infructuosamente, y los tres comparten casa, sólo que Hans vive oculto a los ojos de Martin. Finalmente Aliide acaba con Hans después de ser herido en una refriega contra los comunistas con objeto de que Martin no la descubra como encubridora.



Zara aparece años después en escena; es una rusa estonia que viene huyendo de Vladivostok y ha sido prostituta en Canadá. Cuando recala en la casa de la ya anciana y viuda Aliide, para disipar sus recelos le dice “No soy ninguna ladrona”. Porque en realidad es una asesina.

Lavrenti es un personaje siniestro de nuevo cuño, fruto de la disgregación de la URSS. Ha trabajado durante 25 años para el KGB y después de la caída del Muro se dedica a la explotación sexual de jóvenes rusas. Forma con el mafioso Paša una asociación de conveniencia para hacerse ricos de cualquier modo. Y son ellos los opresores de Zara.

La mujer aparece constantemente como objeto sexual sin oposición posible. Y es en este contexto vil y degradante en el que Zara comete su crimen sobre un cliente que la humillaba.

Ahora Aliide y Zara, unidas por los abusos sexuales y el crimen, se descubren como parientes con una tétrica relación familiar: Aliide ha sido la delatora de su abuela y culpable indirecta de las desdichas de Zara.

Zara quiere torturar a Allide para que hable, y así la violencia se convierte en un sistema relacional para solucionar conflictos atávicos (la violencia engendra violencia).

Finalmente Lavrenti acaba con Paša en casa de Aliide y Zara huye con él a Tallin, a la esperanza y al olvido.


Las maneras del director

José Herrero es un experimentado director de obras finlandesas contemporáneas y en ésta ha dejado toda su impronta y carácter.

El recurso estilístico de la radio antigua sonando y contando la historia le da un ambiente muy de los años 40, aunque Aliide vive ahora en 1992, recordando, rememorando constantemente.

Los flash back están muy conseguidos, con una Aliide anciana (Ana Pimenta) retorciéndose con sus recuerdos en un segundo plano, mientras la joven Aliide (Sandra Farrús) interactúa con su marido, el comunista Martin (Borja Fano).

La vieja Aliide pela una remolacha, integrando su frugal alimento con el mobiliario ajado que acompaña su existencia, a pesar de tener ciertas tierras colindantes, motivo por el que a su hermana la internaron.

Los mafiosos se lavan, Zara (Nina Ikonen) se lava, todos se lavan ...

El agua como purificadora, un agua fría estancada que disuelve la sangre vertida y permite sobrevivir.


Una obra y unos actores

La obra está resuelta con maestría, bajo una dirección que sabe de historias bálticas de crímenes.

La escenografía y la ambientación musical nos hacen darnos cuenta en seguida de que estamos ante una representación de una magnitud mayor.

También los actores están a gran altura y su profesionalidad no los delata en cuanto que tan sólo llevaban ocho representaciones a la fecha de esta crítica.

Nina Ikonen es una magnífica Zara, con dos picos interpretativos cuando llama a la puerta de Aliide y cuando la agrede; Ana Pimenta está muy creíble en su papel de viuda desgastada y en su caracterización; y Sandra Farrús hace brillar de tal modo su personaje de Aliide joven que se lo ha puesto muy difícil a quien quiera sustituirla.

David Macías (Hans) está sobresaliente y muy centrado; completan el plantel Borja  Fano, en los papeles de un ambiguo y a veces brutal Martin y de Lavrenti, que resuelve con corrección. Álvaro Garayalde recrea un mafioso violento y lascivo al que acaba perdiendo su ambición.


La impresiones de un espectador

Aquí la mujer aparece constantemente como objeto sexual sin oposición posible. Y es un fuerte alegato antirruso, anticomunista y contra el sometimiento de la mujer al hombre, que se desarrolla en un opresivo ambiente rural de envidias y sospechas, contrapuesto a la ciudad, más abierta y tolerante y destino final de una Zara purgada y libre, que deja a Aliide limpia de espíritu por haberla ayudado a escapar, como resolviendo la deuda pendiente de su atribulada juventud.

Aunque la versión de Herrero no es literal a la de la autora sí capta todas las esencias y muchos de los matices, por lo que me gustaría aventurar que la intensidad con la que está tratada esta obra la convierte en sospechosa de autobiográfica y una verdadera "purga" para la autora.


Apuntes


Purga se representó hasta el 3 de noviembre de 2012 en el teatro madrileño La Cuarta Pared, con llenos casi diarios y una excelente acogida de público, a tenor de las críticas recogidas por los pasillos. La impresión general no deja lugar a dudas: muy fuerte.


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